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TIJERAS AL VIENTO


Mario Llantén Osorio



A Angélica Soto Saravia

y a mi querida hermana

Claudia Elena Llantén O.


ÍNDICE


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Capítulo I: Su pelo, una parva de trigo a pleno sol

No era la primera vez que salíamos muy temprano con la Eli. “Encendiéndose las primeras luces del alba”, como acostumbraba a decir la mamita Gema. Solo que, en esta ocasión, algunas rarezas en el comportamiento de mi madre marcaban la diferencia. Por ejemplo, antes de salir de la casa, justo cuando me peinaba en el baño y podía ver su linda y blanca carita reflejada entre las fisuras del espejo adosado a un botiquín de madera —que tampoco estaba en las mejores condiciones—, supe que algo le pasaba. Sus encantadores ojos celestes, cada vez que parpadeaban, se veían inundados no por esa humedad natural que reflejamos todos los seres vivos, sino que se trataba más bien de esa lenta cristalización que luego se convierte en lágrimas acumuladas al borde de los párpados, como esperando que algún espasmo o imprevista emoción las haga resbalar suavemente por las mejillas.

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