Читать книгу Panza de burro онлайн

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Isora conocía una parte del canal en la que algunas de las lajas de cemento que lo cubrían estaban rotas y se veía el agua que corría cargada de pinocha y piñas de los pinos y piedras que venían del monte. Nuestros cuerpos cabían dentro de esos bujeros secretos. Seguimos el recorrido del canal caminando por encima. Era un camino muy estrecho, si nos enriscábamos pa un lado podíamos reventarnos como conejos. Cuando llegamos a las losas levantadas, vimos el pueblo todo, todito. Vimos Redondo, el barrio de por la izquierda, y otros barrios de por los lados que no sabíamos bien ni cómo se llamaban. Cubiertos de nubes, de posmita, de tristeza gris oscura. Y vimos el centro del pueblo y los barrios bajos, los barrios con suerte, iluminados por una luz amarilla, brillante, y allá al fondo, justo enfrente del mar, la playa San Marcos. Chos, dijo Isora, y se le levantaron las cejas hasta casi rozarle el naciente del pelo, timaginas haber nacido en la playa?

Sacamos las tuallas de las maletas y las colocamos dobladas en los bordes de los huecos del canal. Isora y yo todavía no llevábamos parte de arriba del bañador, porque mi madre y Chela no nos dejaban. Además, Isora decía que las que se ponían parte de arriba eran unas putas y se iban a quedar embarazadas primero y yo decía que sí. Pero la verdad era que ninguna de las dos aguantaba las ganas de ponerse la parte de arriba de una vez y dejar de pasar vergüenza por tener los pezones hinchados. Aquel día, como nadie nos veía, decidimos ponernos parte de arriba por primera vez. Isora tenía dos partes de arriba que le había regalado la familia de Santa Cruz por el cumpleaños y me emprestó una.

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