Читать книгу Panza de burro онлайн

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La fogalera que hicieron tenía un muñeco en el centro con los ojos pintados con rotulador y una gorra de la ferretería Los Dos Caminos. Papi cogió un palo viejo de fregona y le puso una ropa que antes era de abuelo: una camisa de rayas azules y blancas con un bolsillo grande, que a él le quedaba estrecha y que recuerdo que se le veía la barriga por fuera, redonda y grande como un bimbo, y unos pantalones de pinza negros que también eran de él. Cuando vi la ropa que le habían escogido me entró miedo, me entró miedo de si un día abuelo quería dejar a la alemana y volvía pa cas abuela y le daba por buscar la ropa esa.

Ya cuando el cuerpo del muñeco era pura ceniza, empezaron a caer las primeras gotas. La lluvia de verano me daba mucha agonía. Al principio fue el sereno, y después las barranqueras de agua bajando por la carretera, los charcos dentro de los surcos. Abuela tenía las papas al fuego. Nos fuimos corriendo de la güerta ya cuando el agua había apagado las últimas llamitas. Mientras corría sentí que, aunque Isora y yo nos habíamos prometido que íbamos a hacer lo posible por conseguir que nos llevaran a la playa, eso no iba a pasar. Ese verano todo el mundo estaba trabajando mucho. Mi padre decía que se estaban montando en el dólar y que por eso iba pal Sur hasta los domingos. Entramos en cas abuela. Había piñas asadas y mojo cilantro. Nos comimos las papas chineguas que habían cogido a principios de junio, cuando yo todavía estaba en el colegio. No me tocó cogerlas a mí porque el domingo que lo hicieron yo tenía que hacer un trabajo en una cartulina con Isora. No me gustaba nada coger papas. Había que levantarse temprano, ponerse los tenis y la ropa viejos. Pasábamos toda la mañana agachadas, abuela y yo y mi madre si no estaba limpiando casas rurales, cogiendo las papas detrás de mi padre y mis tíos, que las iban cavando. Abuela y yo teníamos que escogerlas a medida que avanzábamos y las poníamos en cubetas según si eran pequeñas o grandes. Papi siempre decía que yo tenía la sangre muerta, que tenía la sangre muerta porque me gastaba más pacencia que un minis-tro. Con las papas, a mí me dolía mucho la espalda y los mocos de las narices se me ponían negros que parecían piche. Lo único que me hacía sentir bien era sacármelos y darles forma de redondel con los dedos, estar sola con mis mocos negros, lejos de las papas y las cubetas.

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