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Cuando terminamos de comer, fui al mueble de la cocina de abuela y cogí la tableta de chocolate La Candelaria. Partí un trozo con los dedos y me puse a raspar los dientes contra el chocolate como un ratonito entristecido. Pensé en Isora, en si estaría también comiendo piñas asadas con la abuela y la tía, en si estaría pensando en la playa con tanta agonía como yo lo estaba haciendo. Me acerqué al cuarto de la tele y levanté el teléfono. Marqué el número de Chela. Shit, qué estás haciendo?, dijo Isora. Estoy aburrida porque ya se acabó el fuego. Mañana voy temprano pa tu casa?, le pregunté. Vale, shit. Trae el bañador que a lo mejor alguien nos lleva pa la playa.

CREMITA, CREMITA POR EL CUELLO

NOS PASAMOS TODA LA MAÑANA PREGUNTÁNDOLE A LA gente si nos llevaba pa San Marcos, pero nadie podía. Las viejas eran las únicas que parecía que querían acompañarnos porque estaban que no cagaban con Isora, pero ellas no tenían coche ni sabían conducir y la verdad no nos iban a acompañar caminando por la carretera porque eran casi tres horas de camino y la vereda era muy estrecha, los coches pasaban muy pegado. Pensamos en ir solas. Isora cogió las cosas y las metió dentro de una maleta: la tualla, la crema, los bañadores y unos bocadillos de chorizo revilla y queso. Desde el mostrador Chela nos escuchó los escorrozos en la parte de abajo de la venta porque Isora estaba buscando los tenis viejos y vino corriendo pabajo. Pa dónde carajos van ustedes quisiera saber yo. Pa la playa, bitch, le dijo Isora. Y Chela se quitó la chola de levantar pa lanzársela a la cabeza gritando pa la playa te voy a mandar yo volando, cachopuuuta! Yo me pegué a una de las estanterías donde estaban colocados los jugos lybis llenos de polvo y telas de araña. Isora se escondió detrás de las neveras de los congelados corriendo y empezó a repetir por lo bajito foquin bitch, foquin bitch, ojalás te mueras. Cheee, que está aquí esperando el hombre los duuulces, muchaaacha!, gritó una voz de vieja desde la puerta de la venta. Chela salió escopetada parriba con la chola todavía en la mano. Iso, que ya se fue tu abuela parriba, sal pafuera, le dije despegando la espalda de la estantería. Lo volví a repetir y esperé, pero seguía sin salir de detrás de las neveras. Me senté encima de una caja plástica en una esquinita del cuarto y esperé de nuevo. En un momento me pareció que se había dejado dormir, o que se estaba estregando porque respiraba muy fuerte, pero no me atreví a mirar, me dio miedito no sé por qué. Una horita después salió arrastrándose de detrás de las neveras, arrastrándose como una lagarta envenenada, y me dijo shit, acompáñame al baño, que me estoy cagando viva. Y le vi los ojos enchopados, los ojos enchopados de haber estado llorando.

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