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Por otra parte, el asilo fue la única opción para mi padre, cuyo carnet de identidad decía «refugiado político». Si era detenido, tenía todas las de perder.

Una semana después del asilo, fueron expulsados del país y llegaron a México. Sin un peso, pero indemnes. Mi madre viajó sola el 17 de septiembre, y una semana después llegó mi padre a Ciudad de México.

* * *

Sin embargo, para mis abuelos maternos, como para muchos otros chilenos, el golpe significó un alivio.

Se acabó el desabastecimiento: milagrosamente, tras el golpe se llenaron los almacenes que hasta entonces estaban vacíos. Se acabaron las marchas, las protestas, las discusiones políticas, porque las marchas, las protestas y las discusiones políticas pasaron a estar prohibidas.

Los militares clausuraron el Congreso, los partidos y los sindicatos.

* * *

Como mis padres estaban en el centro de Santiago, muy bien pudieron escuchar el ruido atronador de los aviones Hawker Hunter venidos desde el sur para atacar el palacio presidencial, una vez que Allende se negó a entregar el poder a los militares.

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