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La inspectora dirigió una mirada cómplice a Julián que, en ese momento, miraba al interior de la casa a través de las puertas acristaladas que daban acceso al jardín. Vio a una mujer con una taza en las manos, sentada en un taburete alto con los codos apoyados en la isla que separaba la cocina del comedor. En el sofá, una joven adolescente miraba su teléfono móvil. «Esposa e hija, sin duda», pensó el policía. La otra parte de la familia tocada por la varita de la desolación, intentando seguir con una vida que ahora arrastraba los grilletes de la muerte encadenados a sus tobillos.

Guijarro siguió la mirada de Julián hacia el interior de la casa.

—A partir de esta noche una patrulla hará guardia en la entrada de su domicilio para velar por su seguridad y la de su familia. ¿Podríamos hacer un par de preguntas a su esposa y a su hija?

El gesto del juez De Marcos se tornó sombrío, mostrando una disconformidad patente ante la pregunta. Esta vez, sus ojos saltaban inquisidores de un policía a otro, parándose desafiantes en los de la inspectora.

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