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Así pasó los meses: dibujando, cosiendo, componiendo, investigando textos antiguos para inspirarse, ensayando, representando, cantando mientras trabajaba con dedicación. No sintió el encierro ni la desazón. Y un día la peste pasó y todo empezó a recomponerse.

¿Qué hacer ahora? Había creado un mundo nuevo, un mundo seguro donde se sentía cómoda y a gusto.

Pero apenas se asomó al umbral de la reja labrada, la intensidad la capturó, y la princesa Naisha, la que se recupera, dijo:

—Si puedo crear un mundo en un espacio, puedo hacer lo mismo y más afuera. El mundo es mío. ¡A recorrerlo!

Juntó apenas unos enseres básicos y partió de viaje. Sin invocar a Shiva esta vez, por las dudas. Pero el dios estaba en paz.

Y conoció. Y aprendió. Y creó.

Benditos sean los que se animan, los que se aventuran, los que emprenden nuevos desafíos, los que disfrutan; a ellos no hay momento ni circunstancia que los detenga, el mundo es suyo y los dioses los miran con regocijo.

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