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Así fue con la princesa: enojada estaba, con la vida, con el mundo, con el destino miserable.

—¡¿Por qué a mí?! —se indignaba—. ¿Por qué justo ahora que quiero salir? Qué época espantosa y antigua que vivimos, que ocurren estas calamidades. Si estuviéramos en un mundo moderno, esto no sucedería.

Quiso ver los espejos mágicos para relajarse un poco, pero todos estaban machaca que machaca con la peste y las teorías del fin del mundo. Pensó en abandonarse al sopor de los polvos mágicos, pero sabía que no eran remedio ni solución, así que solo se sentó a juntar bronca.

—Espero que esto termine pronto porque no aguanto más —mascullaba.

Pero lo que comenzó en la temporada de los calores siguió en la de las lluvias, y ya estaban en la estación de los vientos y parecía que iba para largo la cosa.

Pisoteando su malhumor por los pasillos, se encontró con la señorita Nahali.

—Bien te hubiera hecho ahora haber sembrado esas hortensias, tendrías algo en qué ocuparte —le espetó la maestra, lo cual es una actitud muy fea, no deben ser así los docentes.

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