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—Somos vegetarianos —explicó la maestra.

Pero no la conformó. Ahora quería buscar dátiles a Arabia. O unas bayas que, le había contado un mercader, crecían en los países fríos. Una locura.

La señorita Arya Nahali tenía una afición: cultivar hortensias. Era un trabajo agobiante, después le dolía la espalda durante días. Pero sus antepasados las habían importado de China y Japón, toda su familia se había dedicado a eso y ella consideraba un honor continuar la tradición. También pensaba en que, dado que se le hacía muy arduo y penoso concretar sola sus aspiraciones, por qué no poner a las nenas a trabajar; sería un buen aprendizaje, les enseñaría disciplina, o lo que sea. Todas las nenas, sumisa y obedientemente, cumplían con la tarea, menos la princesa Naisha, que cuestionaba todo. La señorita Nahali trataba de convencerla de la alegría de las labores de jardinería, de incentivarla con que luego dispondrían de bellas flores para adornar sus cabelleras para el baile.

—Profe, si usted no puede ni moverse con su espalda, ¡¿qué va a bailar?!

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