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Salieron a reconocer el barrio. De vez en cuando se daba la vuelta. Los jóvenes de la casa les seguían de lejos con unos amigos. Oía las risas en la distancia. Vio el mercado y varias tiendas en las que la señora compraba. Para empezar, tenía suficiente.

Cenó un poco y se fue a dormir. No podía conciliar el sueño. Miraba el techo, pensaba en su familia, soñaba con su nueva vida. Mil estrellas recorrían su cerebro, soñando y cruzándose, imaginado una nueva vida llena de nuevas experiencias y aprendizajes.

Pero poco le duró el encantamiento. Fue esa misma primera noche. Se le estaban cerrando los ojos cuando escuchó cómo se abría la puerta de su habitación. Era el hombre. No habló nada. Solo la miró. Ella no entendió cómo entendió.

Esa noche no pudo dormir. Tampoco lloró. Se tragó las lágrimas como lo tendría que hacer muchas veces a lo largo de su vida. Le dolían los dientes de la presión que ejercían entre ellos. Sentía rabia, dolor, tristeza. Su sueño se desvaneció para devenir en pesadilla.

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