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Nunca dudó de las personas. Siempre fue buena. Sigue siéndolo. En aquel momento le costó entenderlo, simplemente lo aceptó. Cuando tiempo más tarde tuvo al bebé arraigado a su pecho lo entendió. Hay veces en que los padres no tienen más opciones.

Se sabía pobre. Conocía las dificultades. Algo había que hacer. Ella era la mayor. Sus padres la sacrificaron. Tenían que mantenerse, tenían que vivir. Tenían más hijos. Así que tuvieron que tomar la decisión. No sabe durante cuánto tiempo lo pensaron. No sabe por qué esperaron a ese momento. Pero hoy, recordando las miradas de sus padres cuando sangró, entiende que lo debieron de hablar muchas veces, mucho tiempo antes.

Hablar y llorar. Seguro. Recuerda con cariño a su familia. Ella quería a sus padres y a sus hermanos y hermanas. Y se sentía querida. Por todos. Desde aquel día no ha vuelto a ver a nadie de la familia. Solo espera que sirviera para algo. Que allí donde estén vivan un poco mejor. En ocasiones un poco mejor es mucho mejor.

A veces se imagina a sus hermanos ya crecidos, a sus hermanas señoritas. Pero sabe que no puede ir a ellos, que ya no puede regresar. Es su precio, el precio que debe pagar por aceptar mejorarles la vida. Ella allí murió para todos, para que fuera posible la vida.

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