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Aún recuerda a esos niños, dos chicos y una chica, descalzos, como iba ella. Se le acercaron sintiéndose dueños del territorio. Venían a marcar su espacio. Pero pronto aparecieron las sonrisas, y ya le tomaban de la mano para enseñarlo todo. Por aquí está el río.

Ese río en el que ha lavado la ropa desde entonces, al que ha ido a buscar algún pez de vez en cuando. Ese río al que se acerca de mañana, antes de que salga el sol, para poder limpiarse, sobre todo en la época del período.

No imaginó en ese momento, que uno de los pequeños acabaría siendo su hijo. Su madre había muerto. Su padre, al verla en seguida le ofreció cobijo y le pidió si podría atender al chico mientras él no estaba. Había que trabajar.

Trabajar duro para apenas ganar nada. El plátano es lo que tiene. Lo trabajas como puedes, te pagan una miseria. Horas de camino hasta la plantación, machete en mano. Trabajar y volver a casa, conscientes de que con lo que ganan no tienen ni para comprar leche. Treinta dólares al mes. Con eso solo se sobrevive allá arriba.

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