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Hace un rato que ya no camina. Sintió cómo salía el último halo de vida de su bebé. No fue un grito, ni un gemido. Más bien un suspiro. Y con el suspiro se fue la vida, voló hacia otro lugar. Ya no está allí. Ya no es su bebé. Pero aún lo siente suyo.

Arrodillada primero, luego sentada, abrazó con fuerza el cuerpo del hijo ido. Lo atrae contra sí, lo abraza, intentando recordar, grabando su cuerpo en la memoria para no olvidar. Sabe que nunca le abandonará, siempre le acompañará. Años después contará su historia a un desconocido. Empezará recordando el viaje. Quiero hablar con usted, le dirá. Y le hablará de su bebé.

El viaje de vuelta es largo. Hay que prepararse. Pero antes debe dejar a buen resguardo a su bebé. Lleva un rato a él abrazado. No sabe si son minutos, horas… Una eternidad. Un momento de intensidad, de infinitud, para siempre. Siempre lo llevará con ella. Así, abrazado, como está ahora. Pero hay que volver. El otro hijo le espera, su hombre también. La vida.

Se ha apartado unos metros del camino. El cuerpo del bebé, tapado con unos retazos de ropa está a su lado. Hunde las manos en el suelo. Lo ha hecho otras veces, lo hizo con su niña. Los dedos acarician la tierra, para ir penetrándola poco a poco, para vaciarla. Vacía. Así se siente ahora, así se recuerda antaño. Cuántas veces se sintió muerta. Una viva muerta.

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