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La felicidad suele ser austera, basta con un mostrador de 100 años, historias y aromas. Para Morse, El Terruño cumple la misma función que tuvo cuando aquella siria zarpó del puerto de Beirut: ofrecer provisiones, en este caso, están los comestibles, pero también las que alimentan al alma. “Los clientes del pueblo vienen atraídos por la novedad, a conocer gente nueva y, sobre todo, vienen a charlar, algo tan básico que se había perdido”, afirma Rezk. Las cantinas de los clubes, boliches y bares habían cerrado. “Una señora vino a merendar con sus nietos, después a comer con su marido y más tarde a tomar mates con sus amigas”, describe el sentido de pertenencia al que apuntan. Lo logran, alcanzan sus metas. Pudieron hacer un almacén que es abrazo, alegría y esperanza. Morse tiene un terruño encantador. Las sonrisas que se oyen en el pueblo nacen en este almacén con aires del Medio Oriente.

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Almacén y comedor Freire,

respetando los sabores criollos

Suipacha es la tierra del queso y es mucho más que la ciudad que está entre Mercedes y Chivilcoy. Mucho más. Es la tierra donde se gestó la recuperación de un viejo almacén de ramos generales de 1903, hoy el bodegón Freire, el sueño de Elizabeth Sosa y Marcelo Bolia. La vieja esquina es un rincón encantador, la restauración es fiel al espíritu de estos capitales negocios que formaron pueblos. “Todo lo que hacemos es casero”, advierte Sosa para marcar la cancha. Hay pocas chances de error cuando se declara un ideal de esta manera. “Atendemos los dos, nos gusta mucho hacerlo”, agrega Marcelo. Para completar la fórmula: “Usamos productos locales”, suma Elizabeth. Suipacha es sinónimo de calidad.

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