Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Pulperías y bodegones онлайн

10 страница из 42

“Tratamos de comprar todo en Suipacha. Nuestra filosofía es que la plata quede en el pueblo”, asegura Marcelo. Un ejemplo ilustra el espíritu del Freire: la carne, para ser justos con esta línea de pensamiento, la compran en dos carnicerías del pueblo. “Disfrutamos mucho haciendo esto”, asegura Sosa. No hace falta que explique mucho más, está todo a la vista. Las emociones se van asimilando de a poco, el almacén requiere atención, es bello, tiene un relumbro. Esa mirada que nace del rincón donde guardamos los mejores recuerdos rastrea las paredes y encuentra señales. Las estanterías, los ladrillos asentados en barro, marcas que nos remiten a nuestra infancia. Está muy bien resuelto el interior del boliche.

La épica de la restauración, de por qué el Freire ha ganado en poco tiempo tantos devotos, tiene una explicación: el trabajo constante. Como no podía ser de otra manera, hay una buena historia para contar detrás.

En 1903 José Peloso tuvo una epifanía, llevó a la práctica esta visión. Abrió las puertas del almacén de ramos generales, la esquina entonces estaba en el que era el centro de Suipacha. El pueblo recién comenzaba a caminar. Los carruajes y los gauchos, los vigorosos inmigrantes, sus clientes. Pasó su vida detrás del mostrador alcanzando frascos, botellas, fraccionando yerba, azúcar, fideos y harina, hasta que le legó el almacén a su hijo Juan Bautista. Suipacha creció y el ramos generales de los Peloso también acompañó esa dinámica. Para sobrevivir cambió de estrategia social: se hizo bar de copas. Templo para los hombres.

Правообладателям