Читать книгу Un despropósito ecuatorial. Volumen I онлайн

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A su derecha, una península chiquitísima. Apenas un promontorio en cuya cima se alzaba una edificación de dos plantas. Las paredes encaladas, las puertas y las ventanas pintadas de azul. Tenía la cubierta a cuatro aguas de tejas de barro. Una escalera -que desde su posición no podían ver- unía la puerta trasera de la casa directamente con el mar. El edificio había sido construido por los portugueses para el embarque clandestino de esclavos en una época en la que el tráfico estaba prohibido y con el paso de los siglos había adquirido -quién lo hubiera predicho- el estatus de museo. El museo de los esclavos. Un museo que apenas mostraba nada, pero que hacía fácil imaginar los embarques, las cadenas, el miedo a lo desconocido, la rabia, las anotaciones contables de las vísperas escritas con la letra esforzada de algún escribiente. A su alrededor tres o cuatro baobabs pequeños se esforzaban por desmentir la apariencia mediterránea del paisaje.33

Pronto se hizo evidente que los portugueses iban de farol, y que en el Tratado con España habían exagerado tanto su presencia en las dos islas como las bondades de éstas. Es lo que tiene negociar a ciegas.

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