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Yo había oído hablar mucho sobre él. Al poco de conocerlo -en una de sus escasas visitas desde México- fue cuando le diagnosticaron el cáncer a Pablo y la preocupación comenzó a inundarlo todo. Tras pasar largas temporadas en el hospital Hermanos Ameijeiras de La Habana, Pablo acabó regresando a morir a San Salvador.

No era la primera vez que iba a Cuba. Una década antes Pablo había estado recibiendo allí entrenamiento militar, pero cuando aquello terminó en lugar de incorporarse a las fuerzas del Ejército Revolucionario del Pueblo (el ERP) como estaba previsto, decidió cambiar su destino; prefirió exiliarse en Nicaragua y estudiar periodismo.

Con el tiempo llegaría a escribir una tesis sobre Róger Sánchez y sus Muñequitos del Pueblo (Róger fue un caricaturista nicaragüense que defendía que el poder no había que tomarlo nunca, sino que lo que había que hacer era acosarlo hasta el fin). Tras el triunfo de los sandinistas -que sí ocuparon el poder- Róger había echado a andar La Semana Cómica, con aquel insolente y desternillante subtítulo que tenía de Semanario Amarillista para Rojos. Por su parte Pablo se incorporó a la plantilla de Barricada. Faltaban aún unos años para que Narcís Bartra y Pere Arriaga modernizaran el logo del periódico, sustituyendo el combatiente con boina que disparaba su AK-47 desde un parapeto de adoquines por el mucho más neutro sombrero de Sandino.

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