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Aquel equilibrio no duró mucho. El cáncer mató a Pablo; yo me fui unos años más tarde de Centroamérica y un mal día de 2014 Ana Lidia, con quien -salvo en los momentos difíciles del desamor- nunca he dejado de tener una comunicación fluida, me envió conmocionada por correo electrónico una nota con la noticia de la muerte de Hernán.

Cuando la recibí recordé el día en que lo había conocido. Aunque, como decía, ya había oído hablar mucho de él, no dejó de horrorizarme su rostro. Era la persona más fea que nunca he visto. El hombre elefante.

…hasta que comenzaba a hablar. No es que tuviera un timbre de voz especialmente bonito; de hecho, creo que locutó muy poco en la Venceremos -de eso se encargaba Santiago-. Era otra cosa. Un tono y una manera de contar las cosas envolvente como yo nunca he vuelto a escuchar. Casi hipnótico.

El rostro deforme de Maravilla. Sus amigos de la guerra se dirigían siempre a él por ese apodo. El origen era, según cuentan, que cuando logró traspasar las filas del ejército e incorporarse al ERP, con lo que eso entrañaba, no dejaba de admirarse y de exclamar cómo le maravillaba todo lo que veía. Al menos así lo narran los dos libros testimoniales más divulgados sobre esa experiencia política, bélica y periodística que fue Radio Venceremos: Las 1.001 historias50 y La terquedad del izote,51 el que escribió Carlos Henríquez Consalvi, Santiago.

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