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En 1983 Pablo había pasado por una situación complicada cuando los sandinistas lo encerraron, sospechoso de estar implicado en el asesinato de Ana María, la segunda al mando en las Fuerzas Populares de Liberación de El Salvador (las FPL), a la que habían asestado casi ochenta puñaladas -con un picahielo- en una casa de seguridad ubicada en la Carretera Sur, a las afueras de Managua. La seguridad que ofrecía aquella casa resultó no ser mucha. Afortunadamente para él tardó poco en demostrarse que se trataba de un asunto interno -feísimo- de las FPL.

Yo a Pablo no lo conocí hasta una década más tarde. Fue en otoño de 1993. Me lo presentó otro Pablo; un amigo de la infancia que había viajado a San Salvador para filmar imágenes sobre la desmovilización de los combatientes del FMLN49 con la intención de hacer un documental que nunca llegó a terminar de montar.

Pablo Cerna se encontraba en Madrid haciendo una pasantía en El País, no sé si ya lo he contado. Estaba metido de lleno en el proyecto que luego se imprimiría bajo la cabecera Primera Plana. Respecto a mí, por razones que no vienen al caso tenía ya decidido dejar mi trabajo e irme a recorrer Latinoamérica. Congeniamos enseguida y no le costó nada convencerme de comenzar por El Salvador.

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