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Me pierdo un poco. Me pasa siempre cuando me refiero a aquella época, porque se entrecruzan muchos recuerdos intensos.

El rostro deformado Hernán se lo debía a un tumor en la cara que estuvo a punto de matarle cuando era niño. Su padre, un pintor comunista, lo llevó desde su Caracas natal a Rusia -no lo he dicho, creo, pero tanto Hernán Vera como Carlos Henríquez, Maravilla y Santiago, eran los dos venezolanos. Santiago, de Mérida-. A Hernán lo llevaron a Moscú para que lo trataran los rusos. Le operaron (una prótesis de platino en el cráneo o algo parecido, no lo sé muy bien); el caso es que tras un doloroso proceso evitaron la metástasis y le salvaron la vida. Al precio, eso sí, de dejarle el rostro desfigurado para siempre.

Me está gustando escribir sobre Hernán, porque sé que su historia es digna de ser recordada. Lo hago pensando en quienes no lo conocieron, porque tengo la seguridad de que los que sí lo hicimos, aunque fuera poco, va a ser difícil que le olvidemos. Escuché que en México alguien había comenzado a rodar un documental sobre su vida, pero no he tenido noticias de que hayan llegado a estrenarlo.

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