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Saltémonos la guerra. En marzo de 1994 se celebraban las primeras elecciones -las del siglo, las llamaron- después de los Acuerdos de Paz. Yo estaba recién llegado a El Salvador. Pocos días después de la conferencia de prensa que la dirección (ya no comandancia) del FMLN había realizado en un hotel de la avenida Escalón para analizar los resultados, el ERP adoptó una estrategia diferente al resto de los grupos -una apuesta socialdemócrata- y rompió la disciplina de voto en la elección de la Mesa de la Asamblea. Recuerdo que me impresionó ver que en el local de campaña del FMLN alguien había puesto boca abajo el cartel electoral de Joaquín Villalobos con una cruz dibujada en la frente. Muy explícito.

Casi enseguida el Ejército Revolucionario cambiaría su nombre: primero por Expresión Renovadora del Pueblo -para mantener las siglas- y a continuación por el de Partido Demócrata (como los gringos).

A Joaquín Villalobos me lo había presentado Ana Lidia estando preso en el Palacio Negro. Un día que fuimos a visitarlo. Le tuvieron allí poco tiempo. El empresario Orlando de Sola lo acusaba de difamación por haber afirmado que era uno de los que habían financiado a los escuadrones de la muerte. Probablemente era cierto. Al Cuartel Nacional de la Policía Nacional lo llamaban el Palacio Negro porque había sido -entonces ya no lo era- un centro clandestino de torturas. El propio Villalobos se había presentado por su pie en la recién estrenada Policía Nacional Civil.

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