Читать книгу Desórdenes. Volumen III онлайн

88 страница из 146

Recuerdo las conversaciones de aquellos días. Era inevitable hablar de El Salvador. Hernán explicaba, con un tequila y fumando marihuana, cómo cuando él escribía sus cosas de militante no lo leían o escuchaban más que un puñado de convencidos, en tanto que ahora cualquier mensaje que incluía en los guiones lo veían decenas de millones de personas. El poder de la palabra. Su estrategia era evitar volver a ser minoritario y tratar, por el contrario, de democratizar al máximo el mensaje.

Me acuerdo al escribir esto de otro productor latino de televisión al que conocí siendo muy niño. Era un amigo argentino de mi padre, Óscar Banegas. Hizo programas de mucho éxito en la televisión de mi infancia, como Los chiripitifláuticos o 300 millones. Una de sus hijas, Cristina, también es una actriz famosa. Fui el monaguillo de su entierro.

En cuanto a Hernán, a mí me pareció bastante desapegado del lujo que lo rodeaba. No se mostraba especialmente orgulloso de nada; más bien un poco perplejo de que la gente no entendiera cómo funcionaban las cosas. Seguía siendo, como siempre, un gusto escucharlo. Chocaban un poco su cabeza deforme y su porro con su gran todoterreno. Esa noche Gabriela encargó por teléfono comida japonesa. Al día siguiente Hernán me llevó a una fiesta en casa de Carlos Payán.

Правообладателям