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En uno de los dos números extraordinarios que la revista Anthropos dedicó a Ernesto Giménez Caballero el año de su muerte puede leerse: …a estas alturas es de suponer que pocos se entretendrán en revisar sus argumentos.10

…pues yo me he propuesto desmentir tal cosa.

Traerlo de nuevo a colación11 e intentar comprenderlo, por más repugnancia que inspiren la mayor parte de sus ideas.

Hay quien sostiene en Anthropos -pese a las más de 200 páginas que la revista le dedicó entre ambos números- que para muchos, como fascista, no debe de ser siquiera recordado.

De hecho, apenas lo es.

Dicen que a su entierro (murió a punto de cumplir los 90) solo acudieron una veintena de personas. Fue en el cementerio de San Isidro. Curiosamente está enterrado junto a la tumba de Azorín y no junto a la tumba de Larra, como el título de su libro. He leído que en sus últimos tiempos pasó apuros económicos.

Él mismo no entendió jamás, ni quiso asumir, ese olvido.

En sus memorias Giménez Caballero se queja amargamente de lo que consideraba una ingratitud. Escribió: …quizás alguno de mis amigos, si viven cuando yo muera, me adiosen aún. Gracias. Es curioso que emplee el verbo ´adiosar´. En su caso tal vez hubiera sido más preciso ´endiosar´, tan alta era la estima en que él mismo se tenía, por más que en sus memorias presuma al mismo tiempo de humildad y sencillez.12

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