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No en vano ya en 1931 había publicado un Ensayo sobre mí mismo13 y 56 años después, al final de su vida, dictó en los Cursos de Verano de la Universidad de Salamanca una conferencia titulada Salamanca, la guerra civil y yo. Debía de tener un ombligo inmenso.

En Paraguay he tenido ocasión de conversar sobre él con tres personas (viejitos todos, claro) que lo conocieron. Lo recordaban. Uno es académico de la lengua, otro regenta una librería de libros usados y el tercero, aunque no habían coincidido en la misma época, trabajó muchos años en la embajada de España. Todos ellos me corroboraron que en el trato directo irradiaba la misma egolatría que rezuman sus libros. Eso es coherencia.

Pude también revisar muchos de los escritos que desde su puesto de embajador envió a Fernando María Castiella, el ministro de Exteriores de la época.

El conjunto de todo ello infunde algo que tiene mezcla de inquietante y de trágico: la pretensión inequívoca de haber querido siempre, por encima de todas las cosas, trascender y dejar huella. Que no me olviden del todo. Le daba horror que pasara lo que, efectiva y paradójicamente, ha acabado sucediendo.

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