Читать книгу Viene clareando онлайн

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—¡Agua! —Me dice que la tome; yo lloro tanto que no puedo pasar ni siquiera el agua, porque para vivir no solamente hay que querer, hay que poder vivir y yo hago lo posible y me ahogo y lloro sin parar en esa sala que tiene olor a familia, a mi familia, a mi gente, a huesos que son mis huesos, a pobreza que es mi pobreza, a palabras y signos y floreros y fotos, manteles y carpetas de mesa que son los míos, y estoy en mi casa y lloro frente al vaso que otra vez trae la señora, lloro cada vez más fuerte y apenas puedo decirle:

—Gracias.

Ella me deja sola, con mi bolso de lona azul sobre las rodillas, sentada en una silla austera de madera en la que habrán encontrado descanso los tatarabuelos, y se va; deja la puerta entreabierta para que llore tranquila pero acompañada y antes me hace un gesto de rana, como diciéndome:

—Estese en paz, es bienvenida.

Yo sigo llorando y me preparo para que el llanto me dure horas, días, meses, siglos, me preparo para llorar toda la vida, porque no creo en los ángeles, ni en la divina providencia, apenas creo en esas calas orgullosas que gozan del agua, y ya no tengo ojos, ni nariz, ni boca de tanto llanto, y oscurece.

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