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Weber circunscribe la política a “la dirección, o a la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado”.10 Esta delimitación del concepto ayuda a entender que esta actividad humana alcanza su mayor trascendencia cuando está referida a los gobiernos de los países, ya que en la práctica abarca a un conjunto ilimitado de organizaciones -de todo tipo- las cuales de uno u otro modo hacen política. Incluyendo desde luego a los partidos y movimientos políticos. Con este enfoque macro quedamos advertidos de que la política es una actividad altamente compleja y que cuando falla, o tiene éxito, depende de decisiones humanas. No está demás aclarar que las personas que están a cargo de la dirección política no son dioses y que la ciudadanía debe esmerarse en tener a sus mejores representantes o líderes en el pináculo del poder.

En los sistemas democráticos la ciudadanía acepta de manera voluntaria la delegación del poder a ciertas personas que por este solo acto adquieren autoridad para gobernar. No es el caso de los regímenes dictatoriales y autocráticos, que también llaman a elecciones, pero bajo la condición de que el gobernante no pierda el control de los poderes clave: ejecutivo, legislativo, judicial, militar-policial y en los casos de las dictaduras más extremas, el poder económico. Los riesgos de la democracia son permanentes y como dice Stoker, si la política normal, ejercida en democracia, se viene abajo, “la política puede devenir en formas muy violentas y brutales”.11

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