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Cuatro décadas de programación económica
Mirada desde la óptica de la organización social, la política antecede a la economía y ésta tarde o temprano se debe someter a aquella. En situaciones extremas y críticas, tales como las guerras, las pandemias y las catástrofes naturales, tal aseveración recobra su máxima importancia. En el caso chileno, por más de cuatro décadas la programación económica (particularmente del modelo neoliberal), antecedió y condicionó a la institucionalidad política. Incluso moldeó a ésta. Sin embargo, desde el 18 de octubre de 2019 y por razones insospechadas, explicadas en parte por la teoría de los sistemas sociales y políticos complejos,19 el eje central de las decisiones de Estado comenzó a trasladarse desde la economía a la política. De pronto, millones de chilenos que eran clasificados como meros “consumidores” por el modelo económico y como “electores” por la institucionalidad política funcional a aquél (cuando eran convocados con cierta periodicidad para elegir autoridades), se levantaron de manera autónoma y espontánea y cambiaron el rumbo del país. Aquella masa de gente, aparentemente sin poder político, hizo sentir su presencia y empujó al gobierno y a los partidos a modificar la agenda política y también la programación económica. En el primer caso, fijando un itinerario para un cambio en la base de la institucionalidad, esto es, la Constitución Política de la República; y en el segundo, provocando un viraje económico para tratar de responder a las demandas sociales más urgentes y de este modo bajarle presión a la caldera. Este proceso se produjo en el lapso de cinco meses y por tratarse de un giro tan violento e inesperado, cae en la categoría de revolución social.