Читать книгу Las formas del árbol. 300 años de democracia en Chile онлайн
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Por lo tanto, más allá del discurso, la política es reflejo del uso del poder por parte de un individuo, o por un conjunto de éstos, con el propósito de afectar la vida de otros. El devenir histórico revela que el poder político siempre ha sido ejercido por unos pocos individuos que se las ingenian para dominar a un conjunto mucho mayor de personas. Desde la antigüedad hasta muy avanzada la época contemporánea, la naturaleza de las organizaciones políticas y económicas han sido de tipo “extractivas”, concepto que alude a la dominación de ciertas clases privilegiadas sobre una mayoría desvalida de poder, que padece la exacción y/o explotación de aquéllas.21 Un caso prototípico del poder absoluto estuvo representado por el llamado “Rey Sol”, Luis XIV de Francia (1638-1715), quien declaraba que “el Estado soy yo” (L’ État c’est moi).
El recuento histórico revela que los sistemas políticos democráticos comenzaron a evolucionar muy lentamente desde la Revolución Gloriosa (1688) -que asentó la monarquía parlamentaria en Inglaterra- y con mayor fuerza desde segunda mitad del siglo XVIII (Revolución de la Independencia en Estados Unidos, en 1776 y Revolución Francesa, en 1789). Hasta un par de siglos antes, en la Baja Edad Media, la Iglesia Católica y los señores feudales concentraban la mayoría de los poderes: político, económico, militar, religioso, cultural y social, encargándose éste y/o sus protegidos de organizar el feudo y defenderlo mediante el uso de la fuerza. La estructura social era rígida, dominada por la nobleza, y el estamento más bajo, los campesinos o siervos de la gleba, estaban sometidos a una doble explotación, económica y moral. Económica porque debían entregar sus cosechas y producción animal al señor feudal a cambio de ganar solo la subsistencia; y moral, porque si desobedecían les caía el castigo divino. “Toda la tierra pertenecía a Dios, que la había puesto bajo la custodia o bien de un hombre que era el rey por derecho divino, o bien de la Iglesia. No aceptar la autoridad de los superiores era oponerse a la voluntad de Dios, que les había entregado autoridad y poner en peligro la salvación en la otra vida”.22