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—¿Qué es lo tuyo? —me pregunta mientras subimos al segundo piso. Tardo un segundo en darme cuenta de a qué se refiere.

—Me gusta dibujar. De todo, en general, aunque me encantan los retratos. ¿Tú?

—Soy escultor. O lo intento, al menos.

—¿En serio?

Me muestra sus manos grandes y llenas de durezas.

—Me gustaría dedicarme a ello profesionalmente. Por eso estoy aquí. Aunque me costará aprobar el resto de las asignaturas.

—Si te sirve de consuelo, yo no sé nada sobre escultura.

Harry frunce el ceño. Entonces, se le ilumina la mirada, como si acabase de tener la mejor idea del mundo.

—Creo que tú y yo podríamos formar un buen equipo.

—¿Me echarás una mano con Escultura si te ayudo con lo demás? —me adelanto.

—Hecho. Vas a salvarme la vida y el curso. —Cuando alcanzamos la segunda planta, giramos a la derecha. No paro de mirar alrededor, fascinada—. Por cierto, ¿alguna vez has pintado desnudos?

Resoplo con amargura.

—¿Es completamente necesario?

—¿Bromeas? No hay razones para quejarse. He oído que los modelos están muy bien dotados.

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