Читать книгу Sexualidad y violencia. Una mirada desde el psicoanálisis онлайн

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Entonces, como hasta no hace demasiado tiempo entre nosotros, la dominación masculina tanto en el ámbito doméstico como en el conjunto de la sociedad estaba consagrada por la costumbre y la tradición, por la naturaleza, casi siempre respaldada por algún mandato divino. En la era de la hipermodernidad, donde impera lo que Jacques-Alain Miller describió como el «desorden de lo real», presenciamos lo que se ha dado en llamar la «implosión del género»1 en sus diferentes variaciones, una pluralización que de pronto aparece como ilimitada y que hace obstáculo a la categorización, dado que los distintos modos de goce impiden actualmente establecer un límite preciso entre lo masculino y lo femenino: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, intersexuales, andrógino, sin género, género fluido, queer, y los que vayan surgiendo2, muestran que no existe ni ha existido nunca una sexualidad marcada como destino por las características anatómicas de los sujetos. Ahora se sabe que la anatomía no es el destino. En otras palabras, mientras que el sexo tiene que ver con la naturaleza el género es una construcción cultural, «de lo que somos en términos de plan de vida, de autobiografía» como sostiene Irene Greiser3, y como tal producto social está sometido a cambios, adecuaciones, rectificaciones, redefiniciones, por lo que en aquellos países que han sido adelantados en legislar sobre la materia —en particular España y Argentina4— la utilización del significante «género» como eje vertebrador de las relaciones entre hombres y mujeres ha estado acompañado de polémica. Y ello tanto por la circunstancia de que la multiplicidad de los modos de goce de cada sujeto desborda el concepto, como por la evidencia de que la violencia machista que tiene a las mujeres como víctimas principales también extiende su radio agresivo a otros colectivos —gays, transexuales, minorías étnicas— que no pueden encuadrarse en un género determinado, como sucede con los niños y adolescentes víctimas de la paidofilia, sean chicos o chicas. Como acertadamente señala Gerda Lerner:

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