Читать книгу Sexualidad y violencia. Una mirada desde el psicoanálisis онлайн

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Mary Beard

La convicción ideológica que sostiene la creencia en la superioridad masculina sobre la mujer es transcultural, está presente en sociedades y culturas muy diferentes, y por lo que respecta a la tradición judeocristiana ha encontrado apoyo en los desarrollos teológicos y filosóficos de los Padres de la Iglesia12, en muchos casos convertidos en doctrina oficial. Si para Aristóteles la mujer es un varón fallido cuya mayor virtud era permanecer callada, los escritos de Agustín de Hipona y varios siglos más tarde los de Tomás de Aquino —ambos en la línea de reconciliar el pensamiento aristotélico con la doctrina cristiana— comparten la opinión de que la mujer no solo es inferior al hombre en todos los sentidos, sino que es el instrumento preferido por Satanás para corromper y llevar a los hombres al pecado. Femina est mas occasionatusr, repetirá Santo Tomás siguiendo al Estagirita: la mujer es un macho fallido. San Agustín, por su parte, en De civitate Dei explica que la razón por la que el Diablo tentó a Eva y no a Adán, es porque siendo la mujer «la parte inferior de la primera pareja humana» sería más crédula y fácil de seducir; y en El matrimonio y la concupiscencia el mismo Agustín sentó una doctrina acerca de la vida sexual aceptada tanto en el cristianismo romano como en el reformado, que se ha mantenido vigente mil quinientos años. Para él —al que bien podría describirse como un auténtico obseso sexual—, como siglos más tarde para Santo Tomás, toda relación consumada que no tuviera el propósito de procrear era condenada como un pecado de lascivia. Si los genitales, en palabras de Agustín, eran los instrumentos de transmisión del pecado original, fundante de la naturaleza caída del hombre, no debe extrañar la importancia que a estos órganos le atribuyen los redactores del Malleus maleficarum —literalmente, «El martillo de las brujas»—, publicado en Alemania en 1487, escrito por los monjes inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. Bendecido por una bula del Papa Inocencio VIII, se convirtió en el auténtico texto canónico sobre la brujería, adoptado por católicos y protestantes.

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