Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн
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David sentía una profunda inquietud por cierto desconocimiento, que sus mayores mantenían para sí. Por tanto, no se atrevía a presionar a sus progenitores en cuanto a las decisiones que tomar. De todas maneras, intervino con ánimo de aligerar el peso que, presentía, estaban sufriendo sus padres.
—Yo solo puedo preguntar cuál es la prioridad.
—Llegar a España, David. Llegar a España.
—¿Entonces para qué vamos a discutir? Seguimos viaje y, caso de no reventar físicamente, llegaremos a nuestro destino.
—¿Estás de acuerdo?
—¿Mamá?
—Por mí, adelante. Salimos esta noche y mañana se acabó todo.
Es evidente que suele ser, es, la casualidad lo que hace una historia. Los ferrocarriles se mantenían en la edad de oro del vapor y los expresos llegaban con diligencia a las estaciones programadas. Habían pasado el bache de la guerra civil española y se mantenían en una quietud expectativa en cuanto a la guerra mundial. El tren salió a la hora programada y poco más de nueve horas más tarde, después de realizar una parada asistencial en Montpellier, alcanzó la estación de Perpiñán.