Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

115 страница из 117

David sentía una profunda inquietud por cierto desconocimiento, que sus mayores mantenían para sí. Por tanto, no se atrevía a presionar a sus progenitores en cuanto a las decisiones que tomar. De todas maneras, intervino con ánimo de aligerar el peso que, presentía, estaban sufriendo sus padres.

—Yo solo puedo preguntar cuál es la prioridad.

—Llegar a España, David. Llegar a España.

—¿Entonces para qué vamos a discutir? Seguimos viaje y, caso de no reventar físicamente, llegaremos a nuestro destino.

—¿Estás de acuerdo?

—¿Mamá?

—Por mí, adelante. Salimos esta noche y mañana se acabó todo.

Es evidente que suele ser, es, la casualidad lo que hace una historia. Los ferrocarriles se mantenían en la edad de oro del vapor y los expresos llegaban con diligencia a las estaciones programadas. Habían pasado el bache de la guerra civil española y se mantenían en una quietud expectativa en cuanto a la guerra mundial. El tren salió a la hora programada y poco más de nueve horas más tarde, después de realizar una parada asistencial en Montpellier, alcanzó la estación de Perpiñán.

Правообладателям