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Con su incesante constancia para que el éxodo natural pudiera llegar a buen destino, más que olvidar, había desviado a un segundo término sus obligaciones protocolares; deberes específicos que en su escenario actual no podía validar, siendo su conclusión final la ausencia obligada del deber religioso en favor de la seguridad familiar. Y sí, consentía que la Torá y el shabat llegaban a compendiar una situación en que toleraba que la vida humana se mostraba por encima de las costumbres de descanso y santidad, como enmarcaba el libro sagrado. Pero también recordaba que el judaísmo había sido la primera religión imperante en el planeta y que el judío resumía las dos tablas entregadas por Dios a los humanos. Es posible que nadie, o casi nadie, estuviera familiarizado con la realidad religiosa y con el mensaje que emitió Dios con los diez mandamientos; mandamientos que fueron divididos en dos tablas. La primera comprendía, y lo sigue haciendo, los primeros cinco mandamientos entre Dios y el hombre; y la segunda, los siguientes cinco entre el hombre y su prójimo. Ser judío significa, significaba, que nunca se está solo, y el guardia de fronteras se lo había recordado.

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