Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

107 страница из 117

—¿Dónde estamos? —preguntó Edit.

—No lo sé, pero creo que es Ginebra, la última parada suiza. Y desde aquí ya iremos directos hasta Lyon.

—Voy al baño —indicó David.

—No, hijo. Vamos —declaró Edit.

—¡Primer turno! —observó David.

—Vale, vale. Pero camina —concedió su madre.

Mientras se desperezaba, Daniel, después de lavarse la cara en la minúscula palangana del departamento, comenzó a recapitular sobre los episodios que habían tenido lugar en los últimos días. Tenía la certeza de que la postrema etapa de la migración hasta el territorio francés sería de una impavidez sombría. Le inquietaba el estado de su esposa, con los nervios tensionados durante todo el recorrido y una mente abstraída por su propia preocupación. Le angustiaba la ansiedad que le embargaría al llegar a zona francesa y, en su razonamiento adverso, recordaba las palabras del Ángel de Budapest, quien había incidido en que su influencia solo abarcaba hasta su llegada a los andenes de Lyon. Una vez allí, caso de conseguir superar el recorrido, su potestad no alcanzaba y tendrían que valerse de su propio criterio para llegar a España. Por ello, les habían facilitado la suficiente moneda, tanto francesa como española. Nada había comentado con los suyos al objeto de no inquietarles y dejar que su sonrisa límpida ahuyentase cualquier tipo de sospechas indeseadas. Los veía felices, dentro de sus límites de inquietud, y ello se debía al sosiego indudable que se proyectaba desde su propia actuación. Pero Daniel vivía la procesión en su interior. Estaban cercanos a conseguirlo. La acción concertada de la embajada y todos los demás elementos que confluían en una etapa tan delicada habían conseguido que los Venay disfrutaran de un desplazamiento tranquilo dentro de lo relativo del criterio. Tenía la constancia propia de que, desde el primer momento en que accedieron al convoy, su presencia había sido objetivo perverso de todos los operadores que actuaban, de incógnito y camuflados, en favor del régimen imperante, fascista en todos los órdenes. Y también tenía la sospecha de que David había sido la piedra angular para disipar cualquier tipo de recelo cuando la desconfianza provocada por la inacción de ellos mismos se mantenía incólume en el instinto persecutor de Zoltan. Para Daniel las casualidades, en el ámbito sesgado en que se movían, no existían. El hecho, simple hecho, de tener como vecinos de mesa al principio del viaje a los Zoltan configuraba una imagen absurda de un proyecto de amistad inexistente. A la vez, le resultó sospechoso que lo único que parecía preocupar a su ojeador fueran sus propias vidas y existencias. De ellos, aparte del nombre propio que él exhibía y de que eran ciudadanos húngaros, desconocían su conjunto vital: dirección, trabajos, familia y demás etcéteras que, obviamente, un matrimonio proclive a la iniciación de una amistad o de un conocimiento más profundo debería haber expuesto desde el primer momento. Ello le condujo a una reflexión profunda, inerte de contenidos y, por tanto, inocua en cuanto a su procedencia y modo de actuación. Faltó, en su momento, la necesidad de distorsionar los hechos para mantener una teoría y eso fue, en principio, lo que condujo a un interrogante que las horas previas habían dado como positivo en lo negativo de los Zoltan. Sonrió para sí en el momento en que los suyos regresaban.

Правообладателям