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—Una pena —murmuró Daniel.

—Es cierto, papá. Dicen que el paisaje suizo es muy bonito, pero nada como el Danubio, ¿eh?

—Pues tendremos que conformarnos, ¿no te parece?

—Otra vez será —declaró Edit antes de salir en dirección a los servicios.

La noche se cerraba y el tren continuaba su camino uniforme hacia la ciudad de Lausana. Desconocían el kilometraje entre ambas ciudades y, por tanto, difícilmente podían calcular el tiempo de desarrollo. Al salir de la colación nocturna, el cómputo sobre la duración del trayecto se convirtió en certeza aproximada. Pasarían unas cuatro horas más. La llegada se produciría casi en la madrugada y tendrían que permanecer despiertos en el caso de querer curiosear en una estación de tren, otra más y penúltima de su viaje. Edit decidió descansar y solicitó por favor que se cerrase la contraventana.

—Siempre nos quedará la ventanilla del pasillo —profetizó Daniel.

—Ya veremos… —dejó en el aire David—. Empiezo a tener sueño.

La familia Venay, entonces, tomó la decisión de descansar y tratar de dormir en la última noche, así lo esperaban, de su angustiado viaje de escapada. Acertaron en su elección debido a que la locomotora no necesitó parada de asistencia en Lausana y continuó su ruta hasta Ginebra, donde llegaron a las seis de la mañana. Una vez despertaron, observaron la gran cantidad de movimiento que se originó alrededor del convoy.

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