Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

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Se levantó medio dolorida por la posición en que se había dormido y tan pronto se puso de pie su voz sonó como un susurro:

—Tengo que ir al baño —señaló, buscando su neceser, que se encontraba en la parte superior del altillo—. ¿Me lo acercas, por favor?

Edit y David coincidieron en el regreso. Daniel había acompañado a su esposa hasta el servicio y se entretuvo mirando a los paseantes del andén. Bajó por la escalerilla para observar el ambiente y reparó en la figura de su hijo, que se acercaba. También prestó atención al servicio de seguridad que habían montado los guardias: dos en cada principio y final del convoy. Pudo advertir, a la vez, que en la parte opuesta del apeadero se encontraban idénticos servicios a pesar de la prohibición de bajar a las vías por el lado opuesto. Pensó que se encontraban en una prisión libertaria a pesar de la contradicción que ello suponía. Sin embargo, en las cercanías se escuchaba el rumor agitado en los raíles y pitidos clásicos que solo podían provenir de una locomotora. Y parecía ser, lo parecía, que era la que los conduciría a su destino casi final. No se equivocaba y a los pocos minutos los vigilantes obligaron a todos los pasajeros a subir al tren y a que se acomodaran en sus vagones. La salida estaba prevista para una hora más tarde; una hora en la que el fulgir del sol se apagaba, dando paso a las primeras estampas nocturnas.

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