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—Solo a tus padres. ¿Me lo prometes?

—Seguro que sí. Solo a mis padres.

Durante el corto diálogo, Daniel sonreía y Edit se mantenía en su mundo de reflexión y mutismo. Ella, en su situación, prefería la estancia en el departamento al paseo sugerido por los andenes de una vía muerta.

El guardia reveló, mirando fijamente a David como si no hablase o no le escuchase nadie más, que el convoy saldría sobre las seis de la tarde, una vez la locomotora hubiera superado las pruebas realizadas, y dependiendo de su estado el viaje continuaría en una sola etapa hasta la ciudad de Ginebra. Todo ello, repitió, siempre y cuando se dieran los condicionantes necesarios y la autonomía de la máquina fuera suficiente. Comentó que serían cerca de trescientos kilómetros y que en ese aspecto deberían ser los maquinistas quienes se pronunciaran en uno u otro sentido. Caso contrario, Lausana sería la próxima parada de asistencia.

—¿Te parece bien?

—Pues muchas gracias. Creo que mis padres también han escuchado su explicación —manifestó sonriendo.

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