Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

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—Podríamos salir un rato, ¿no?

—No es mala idea. Sé que estar aquí es aburrido y más para un chaval deportista como tú. Pero las circunstancias son las que son y no quisiera dejar a mamá sola. Por otra parte, el que tú salgas solo no me hace ninguna gracia, aunque entiendo que la seguridad está garantizada en el andén.

—¡Papá, además hace sol!

—¿Edit? —preguntó a su esposa.

Ella no contestó. Continuaba en su mundo de abstracción y difícilmente podría generar una negativa.

—Vale. Mamá está dormida y espero que no se enfade. Solo te pido una cosa.

—¿Qué, papá?

—Es posible que, al verte solo, sin la compañía y protección de tus padres, alguien pueda entender que sería el momento más adecuado para sonsacarte lo que a tu padre no le pudieron sonsacar.

—¿Lo dices por Zoltan?

—Sí. He visto que está paseando arriba y abajo como un desesperado. No sé si lo hará para hacer la digestión o porque no ha conseguido obtener frutos de su trabajo de campo. Al menos hasta el momento.

Cuando David bajó del vagón, Daniel se sintió profundamente incómodo. Intentó bajar la claraboya de su departamento, pero el óxido había cumplido su misión y estaba atascada. Por primera vez en su vida hubiera deseado tener el don de la ubicuidad, de la bilocación en términos paranormales. No podía dejar a Edit sola por lo que ya todos sabemos, y dejar a su hijo caminar en solitario en aquella tarde primaveral, lejos de su visión y alcance, lo ponía en un compromiso personal por el adeudo y responsabilidad que su hijo significaba. David lo era todo para ellos, más que su propia existencia, y tenía claro el designio de que amar significa dejar ir. Pensó en su hijo: era joven, fuerte, espigado y con una cabeza más depurada que otros jóvenes de su edad. Y sabía que más tarde o más temprano tendría que prepararse y conceder sus deseos de libertad, de independencia, de liberación personal.

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