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—Y después de Zúrich, ¿qué? —preguntó, señalando con el dedo el posible recorrido.

—Pues no lo sé, pero podrías preguntarle a ese guardia de fronteras tan amable que se acerca por el pasillo.

David se giró sobre su torso para observar la llegada de dos uniformados que se iban acercando, fiscalizando a los comensales del primer turno y revelando que la locomotora saldría a hacer unas pruebas, que el convoy estaría totalmente detenido entre dos y tres horas. También tuvieron la gentileza de indicar a los integrantes del pasaje que estaban autorizados a bajar al andén y pasear por el mismo, aunque sin salir fuera de él. Al llegar a la altura de la mesa de los Venay, David indagó:

—¿Para dónde iremos ahora?

El guardia de fronteras lo observó durante un instante. Sonrío y con una amplia mirada gestual de simpatía le dijo:

—Me caes simpático. Además, eres el único chico en todo el vagón y tengo la impresión de que lo que yo te explique te lo guardarás para ti, ¿de acuerdo?

—Claro, no se lo diré a nadie —aseveró David.

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