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—¡Qué casualidad! ¿No os parece?

—Lo único que me parece es que estamos a salvo. ¿Qué hay para comer? Lo cierto es que hoy tengo apetito. Ha sido una mañana propensa al delirio en muchos sentidos, pero parece ser que ha salido bien.

—Pienso lo mismo. ¿Qué tal, David?

—Bien, pero me gustaría saber cuál va a ser el itinerario que haremos a partir de ahora. La verdad es que no tengo ni idea de dónde estamos —afirmó, echando un vistazo sobre el mapa europeo que siempre llevaba consigo.

—Ten en cuenta que nos hemos perdido casi lo mejor del viaje. Hemos pasado las montañas del Tirol, pero lo hemos hecho de noche. Yo casi diría con nocturnidad y alevosía, aunque me hubiera gustado verlas de cerca. Dicen que los valles y los prados se confunden entre ellos antes de asumir los picos que las circundan. Y también dicen, lo leí hace mucho tiempo, que lo más impresionante de los collados que las rodean es el silencio mágico que las confunde. Además, en este final de marzo todavía no existen las coronas de niebla que las suelen extraviar.

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