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Pocos minutos más tarde, y sin aire de sofoco, Edit volvió sobre sus pasos y se incorporó al conjunto familiar. Los guardias de frontera todavía tardarían un tiempo en acceder a su control en el segundo vagón. Cuando aconteció, ocurrió un hecho curioso y digno de relatar.
Los guardias hablaban en alemán. Ello dificultaba el entendimiento entre algunos de los pasajeros a pesar de que muchos de ellos utilizaban el francés en su vida diaria. Al entrar en su departamento, y de manera educada, solicitaron la documentación del pasaje. Al observarla, así por encima y sin prestarle demasiada atención, uno de ellos apostilló en español:
—¿De la embajada española?
—Así es —afirmó Daniel.
—¿Puedo preguntarle qué cargo ocupa en la embajada?
—Sabe usted que es irrelevante. La documentación lo especifica todo, o casi todo.
—Tiene usted razón —afirmó el aduanero—. ¿Tienen algo que declarar?
David, mirando a su padre, sonrió y le consultó:
—No habrá que declarar el salami y la torta, ¿no? —Y siguió masticando con apetito juvenil.