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—Papá, tengo hambre.

—Lo sé, hijo. Lo puedo entender. ¡Pero espera! —Recordó en ese instante—. En la maleta tenemos salami y torta. ¿Te apetece? Espero que la torta todavía esté lo suficientemente blanda para preparar un bocata. ¿Vale?

—Estupendo.

—Edit, ¿te apetece?

Su mujer le sonrió y le descubrió con angustia, inquietud y preocupación sus necesidades más perentorias:

—¡Necesito ir al baño! ¡Eso es lo que me apetece!

Volvió a prestar atención al pasillo del vagón y dispuso:

—No creo que nadie te lo prohíba.

Edit salió despedida en dirección a los lavabos con la esperanza de que no se encontraran ocupados. Pero antes de llegar a ellos se concretó la llegada de los aduaneros por el primer vagón. Tuvo la fortuna de que los guardias, en su servicio inicial, estaban más pendientes del control de los departamentos que de lo que podía acontecer en el vagón subsiguiente, que controlarían con posterioridad, aunque dio la casualidad de que uno de ellos la observó mientras entraba en los servicios.

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