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La operación prorrogó entre dos y tres horas la marcha de la columna, saliendo de madrugada con destino a Zúrich. Desconocían la distancia existente entre las dos estaciones, pero sus conocimientos sobrevenidos convinieron que no podían ser más de seis horas. Cerraron la contraventana, apagaron la luz y decidieron esperar la llegada del sueño.

Estirados en sus butacones y con la curiosidad satisfecha, dejaron de darse cuenta de que la compañía de militares había abandonado el transporte una vez que la máquina inició su marcha hacia territorio suizo. El tren, por tanto, se hallaba desamparado de protección hasta su llegada a Zúrich, pero los pasajeros, la mayoría, desconocían la disposición por haberse producido de madrugada.

Al día siguiente, su despertar casi coincidió con la llegada a la ciudad suiza. El tren traqueteaba lentamente, como dando a entender que una nueva etapa del viaje estaba pronta a ser cumplida. Alzaron la contraventana y pudieron observar el conglomerado de vías que parecía acompañarlos hasta el dispositivo final de la estación. Sin embargo, a medida que el convoy se acercaba displicente, calmoso y sin titubear, el aglomerado de vías parecía alejarse de sí mismo. Era evidente que la posición del convoy sería dirigida a una vía muerta, donde debería estar esperando a la aduana y demás autoridades implicadas.

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