Читать книгу Sombras en la diplomacia онлайн

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—Creo entender que solo he hablado contigo, ¿correcto?

—Sí, señor. Correctísimo. Y repito las gracias.

Tenían toda la información que necesitaban. Se retiraron a su departamento y allí, sentados alrededor del mapa, pudieron hacerse una idea de lo que restaba en aquel viaje de exilio y celar, pero que, para ellos y hasta ese momento, no había derivado en algo diferente a uno turístico. El aburrimiento hacía mella, con un evidente menoscabo en sus apreciaciones y sentires. Edit dormitaba, Daniel repasaba un libro antiguo que portaba en su maleta y David contemplaba continuamente a través de la ventanilla los movimientos tanto del pasaje paseante como de los agentes vigilantes. Los describía de manera uniforme, casi profesional: el loco de la pradera, la chica del antifaz, los monstruos de Benadem. A todos y cada uno de ellos les aplicaba un apodo y de ahí su tiempo no le parecía tan extraño, tan insólito, en aquella prisión sobre ruedas. Se estiró bostezando y dirigiéndose a sus padres comentó:

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