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Bien, dijo Sudha. Olía a hierbas amargas, pero le habían jurado que al día siguiente estaría hermosa. Cuando salió del baño, la madre la frotó fuerte con una toalla áspera.

¿Y tu noche de bodas?

¿Qué pasa?

¿Estás lista?

¿Para qué hay que estar lista? Pero entonces le sonrió a la madre y la madre supo que solo estaba bromeando. Una noche semanas más tarde Sudha y Vinod subieron a la azotea de su nuevo departamento a fumar un cigarrillo. Desde alguna curva de una avenida subían los sonidos de los metales de una banda de casamiento. No hablaron, solo se pasaron el cigarrillo ida y vuelta. Había una capucha de smog que hacía fulgurar de color los atardeceres pero oscurecía las estrellas. Sudha tomó la mano del marido. Era delgada y estaba seca y tibia. Había memorizado las líneas de esa palma, talladas hondo como en madera. Le escuchaba el sonido de la respiración. Una vez se había acostado encima de él, muy quieta, con la cara cerca de la suya para poder saborear el aire que salía de su boca, con un dejo a clavo de olor por las pepitas que chupaba para mejorar la digestión.

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