Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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No sabía cómo explicarlo, así que se quedó en silencio hasta que se le pasó y luego se dio un atracón con la cena fría que había preparado Vinod, sentada a su lado en la cama, observando cómo se le crispaban los dedos mientras dormía.

Tres noches más tarde durante la cena Sudha se preguntó qué pasaría si muriera Vinod. La idea le vino de repente y después se sorprendió de no haberla tenido antes en cuenta. Era una pelota dura que le rebotaba en la boca del estómago: no va a morirse y luego y luego no por ahora y luego qué voy a hacer y luego no tendré a nadie, y él abrió la boca, y el rosado por dentro, el color apagado de la sangre, pero ahora estaba vacía, labios formaban palabras, lo veía en la calle, muriendo en un choque, y saltó de la silla y se fue al baño y gritó contra una toalla hecha una bola.

Él entró en el baño y le tocó el brazo. Había embaldosado y concreto lisos allí dentro y el anochecer venía fresco después de mucho calor. Dijo el nombre de ella. La hizo sentir bien oír su nombre en esa boca, en esa voz. Había estado trabajando muchas horas, lo cual a veces mantenía a raya la sensación. La arquitectura era un culto de la lógica y de las líneas nítidas; trabajaba durante horas sin parar. Entonces vino el peso. Él volvió a decir su nombre. Él tenía catorce años, ella trece, estaban fumando su primer cigarrillo juntos en una playa de Bombay, lejos de los padres. Él ya había tenido una novia, no Sudha, otra chica, Sudha estaba enamorada de Amitabh Bachchan. Había elefantes en la playa y hacía calor pero no mucho, el puente a medio construir colgaba en el aire sobre el agua, un puente a ninguna parte. Trece años no eran demasiado pocos para saber que una era feliz y ahora le daba consuelo saber con certeza, por un momento, que había sido feliz. Más tarde esa noche él lloró en sus brazos en el dormitorio y ella supo que había decidido dejarla, pero no dijo nada, se limitó a mantener la cara de él entre sus manos y dejarlo llorar, enjugándole las lágrimas con el camisón. Él se fue tres días más tarde y ella, mientras lo observaba, con la oscuridad del cabello planeando sobre el torso encamisado de blanco al llamar a un bicitaxi, sintió por un minuto que no sería capaz de soportarlo sola. Pero pronto la sensación fue apagándose en cansancio. El calor secó a todo el mundo. Al final del día una sentía que iba a desmenuzarse como papel viejo. Si se cortaba las venas, saldría sangre seca semejante a arena.

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