Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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En julio le volvió una sensación oscura y se retiró del trabajo temprano, fue en metro hasta la casa y se sentó en el diván duro delante del televisor, sin volumen, sin mirar absolutamente nada en realidad, sentada en la sala y viendo cómo los labios de los actores formaban palabras mudas. Vinod la encontró así y trató de hablarle, pero ella lo sentía muy lejano. Estaba toda borrosa, traslúcida, inalcanzable, y observaba caminar a Vinod con mucha agitación de un lado a otro de la sala. ¿Qué pasa?, dijo él.

No sé, dijo ella. Sentía la voz en su propia garganta, pero no le sonaba suya.

¿Habría que llamar a alguien?

¿A quién?

¿A un doctor? ¿A tu madre?

Ella meneó la cabeza. Estoy bien, dijo. Cuando era chica, se quedaba dormida sobre el brazo y al darse vuelta durante la noche se despertaba y se daba cuenta de que la presión del cuerpo encima se lo había dejando sin sangre y pesado, se convertía en el brazo de otra persona. En los instantes previos a que llegara el dolor de las agujas, se lo tocaba con la otra mano, pasando la yema de un dedo por la piel del antebrazo, el vello fino, el nudo del codo. Era entonces que llegaba la sensación, pero en aquellas noches solo había sentido los primeros pinchazos, del modo en que una persona aplastada por piedras podría disfrutar de las primeras que le cayeran en el pecho, su peso placentero, el modo en que hacían sentir el cuerpo más pequeño o estrechado en un abrazo.

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