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A últimas horas de la mañana, Sudha se despertó, embarazada. Lo sintió de repente, lo supo, a pesar de lo que habían dicho los doctores. Tenía una delgada película de sudor sobre el pecho. Bajó a la estación de tren, peleando contra la muchedumbre en la boletería. Su cuerpo tomaba decisiones por sí mismo, abriéndose paso a codazos hasta llegar al mostrador y deslizarle el dinero, húmedo de sudor, al hombre soñoliento situado del otro lado del vidrio. Luego fue a buscar el andén correspondiente. El día no había llegado aún a su cima, el sol no había llegado todavía a calentar lo suficiente para hacerla transpirar, incluso protegida como estaba por las marquesinas de chapa acanalada. A todo su alrededor los changadores, con sus uniformes rojos y su postura perfecta, subían y bajaban los extensos tramos de escaleras de acceso a los andenes con valijas en equilibrio sobre la cabeza, seguidos por viajeros, semejantes a niños. Se enjugó la frente con el dorso de la palma. Sentía los pechos sensibles y repletos.

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