Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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¿Quieres que pare?, dijo él, burlón.

No, dijo ella. Él se salió y acabó sobre el vientre de ella. Se quedaron acostados codo con codo sin tocarse. Ella no se movió para quitarse el semen del vientre. Era cálido y todo en la habitación parecía simple y muy real: la silla de ratán, el piso limpio. Cosas que al parecer no resultarían repugnantes de repente eran repugnantes. Eso la asombró.

¿Quién le había regalado un reloj de bolsillo al niño?

Algunas noches no se dormía. Los cuerpos de las criaturas a su lado, con olor a sudor gomoso y jabón y cuero cabelludo. Les tocaba apenas la espalda con las palmas. No se despertaban. Ojalá hubiera un modo de quedarse así para siempre, los tres durmiendo en grupo en la misma estera, las criaturas felices en sus sueños y el hambre olvidada, seguras y quietas. Ojalá hubiera un modo de retenerlos para siempre, sin que se volvieran mayores o ingratos o avinagrados o furiosos. Cada momento se hacía insoportable. Ojalá pudiera tejerles con su propia piel y pelo una armadura. Conocía la dureza del mundo, la vileza. Cargaría con eso siempre ella si pudiera, cargaría con eso ella sola.

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