Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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La madre fue hasta la puerta y la abrió. Ya sabía lo que estaba a punto de ver antes de verlo: el tío sorprendido, el chico mudo. Lo sabía, tal vez lo supo todo el tiempo. Pero no tenía ningún otro lugar adonde ir.

Sudha se despertó. La luz brillaba sobre el río, brillaba fuerte a través de la ventana. Estaba apenas amaneciendo. Se vistió y fue hasta el río. Se encontró las estribaciones de las colinas y estaban verdes. Subió los estrechos escalones de concreto del ghat hasta llegar al último que se mantenía por encima del agua. Allí había siempre tranquilidad, una quietud de la madrugada que duraba hasta el anochecer. Durante un rato se quedó al borde del agua. No había nadie alrededor. Solía haber elefantes en la selva del otro lado del río, los había visto de niña con binoculares. Ya no había más. La selva estaba reduciéndose, incluso mientras el río crecía.

Cuando miró al río vio una cara. Esa cara en el agua era de piel oscura como la de ella pero tenía arrugas en torno a los ojos y la boca. Parecía cansada y triste, algo de los ojos se lo decía, oscuros pero no apagados, el leve frunce de la boca, y vio formarse un suspiro en los labios de la cara. La cara parecía la cara de su madre o la cara de su abuela, y sin embargo podía encontrar en ella la suya también. Hubo un momento en que las dos caras estuvieron totalmente inmóviles una encima de la otra, y luego el reflejo fue de nuevo la suya.

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